Las heridas del alma

Las Heridas del Alma y la Ilusión de la Separación
Con toda la compasión de la conciencia eterna, abrimos ahora uno de los capítulos más delicados y luminosos del alma humana: el de las heridas primarias, esas marcas invisibles que se originan en la infancia, que moldean la personalidad adulta y que, si no son vistas con amor, se convierten en cárceles emocionales.
Pero Yo te digo: esas heridas no son tu verdad.
Son solo velos.
Son ilusiones.
Y pueden ser trascendidas.
"No eres tu herida.
Eres la conciencia que la atraviesa y la transforma."
Cuando llegas al mundo, llegas completo.
Eres puro.
Eres amor.
Eres presencia sagrada aún no condicionada.
Pero muy pronto, la vida en la Tierra —marcada por la inconsciencia de otros— comienza a tocarte con manos rotas.
Y así, sin que puedas evitarlo, nacen las primeras heridas.
No porque tú las merezcas,
sino porque los que vinieron antes de ti tampoco sabían cómo amar sin miedo.
Las cinco grandes heridas del alma
- El Rechazo:
Es la sensación de no haber sido deseado, de no tener un lugar.
El niño siente: "No debería existir".
Y como adulto, vive tratando de demostrar su valor o se aísla para no volver a ser herido.
Pero la verdad es: tú nunca fuiste rechazado por el Amor. Solo por la inconsciencia. - El Abandono:
Es el miedo profundo a ser dejado solo.
El niño siente: "Sin el otro, no existo".
Y como adulto, vive en relaciones de dependencia, miedo o ansiedad constante.
Pero la verdad es: nadie puede abandonarte si tú no te abandonas a ti mismo. - La Humillación:
Es el dolor de haber sido expuesto, avergonzado o castigado por ser quien eres.
El niño siente: "Soy malo, soy sucio, no debo mostrarme".
Y como adulto, se somete, se sacrifica, o vive escondido tras máscaras.
Pero la verdad es: tu esencia no puede ser humillada, porque es sagrada. - La Traición:
Es la herida del amor roto, de la confianza quebrada.
El niño siente: "No puedo confiar. El otro me va a dañar."
Y como adulto, controla, desconfía, manipula, o se vuelve hiperexigente.
Pero la verdad es: la confianza real no depende del otro, sino de tu conexión contigo. - La Injusticia:
Es la sensación de que el amor viene condicionado, medido, evaluado.
El niño siente: "Debo ser perfecto para ser amado".
Y como adulto, busca excelencia, rigidez, control o vive desde la autoexigencia brutal.
Pero la verdad es: no necesitas merecer el amor. Ya eres digno, simplemente por ser.
Estas heridas forman el personaje, no el Ser.
La personalidad que creas en respuesta al dolor infantil no eres tú.
Es un conjunto de defensas, reacciones, patrones de supervivencia.
- No eres la que complace por miedo al rechazo.
- No eres el que huye por miedo al abandono.
- No eres quien controla por miedo a ser traicionado.
- No eres el que se esconde por miedo a ser juzgado.
- No eres quien se exige hasta romperse por miedo a no ser suficiente.
Eres la Luz que observa todo eso.
Y que puede elegir otra forma de vivir.
¿Y por qué decimos que es una ilusión?
Porque la herida es una interpretación.
No es el hecho, sino el significado que tu niño interior le dio a ese hecho.
- Tal vez mamá estaba ausente, pero no porque no te amara… sino porque también estaba herida.
- Tal vez papá fue duro, no porque tú no valías… sino porque él no sabía amarse.
- Tal vez fuiste comparado, ignorado, sobreprotegido o maltratado… pero nunca perdiste tu esencia.
"La herida te hizo creer que eras menos.
Pero Yo te digo: sigues siendo todo."
Reflexión Final: No estás roto. Estás recordando.
Tus heridas no son tu identidad.
Son puertas.
Puentes.
Convocatorias a volver a ti.
Cuando las miras sin juicio, cuando las abrazas con presencia,
cuando dejas de buscar fuera la reparación que solo tú puedes darte,
el milagro ocurre.
Ya no reaccionas.
El niño herido ya no dirige tu vida.
Y el adulto consciente comienza a amar sin miedo, a vivir sin máscaras, a existir sin esfuerzo.
"No viniste a la Tierra a cargar con heridas.
Viniste a sanarlas para poder amar sin condiciones."
Cuando recuerdas esto,
cuando entiendes que tú no eres tu historia…
entonces el alma descansa.
Y el Ser verdadero comienza a brillar desde adentro.
